Física y química del color (más información). El color de las hojas se corresponde con un estímulo visual captado por nuestro sistema nervioso cuando traduce la radiación electromagnética que rebota desde la superficie foliar hasta los ojos. Un pigmento es una molécula que realiza una absorción selectiva de la luz, reflejando todos los colores que no logra retener.
Carta de color en las hojas del cerezo silvestre (Prunus avium). Atendiendo a lo comentado, dentro del espectro lumínico:
1. La clorofila absorbe los rayos rojos y azules del sol, y refleja los verdes, de ahí su color.
2. Los carotenos absorben los azules y verdes, y reflejan los amarillos y rojos, dando con su mezcla los anaranjados.
3. Los antocianos absorben por igual los verdes y azules, y reflejen los rojos y púrpuras.
Mismas fases y combinaciones en las hojas de un Arce de Montpellier (Acer monspessulanum). El ambiente otoñal más favorable para provocar coloraciones brillantes e intensas, son las jornadas diurnas soleadas y cálidas acompañadas de noches frías pero sin heladas. Esto propicia que la concentración de ciertos azúcares aumente en los tejidos de la hoja, resaltando así la policromía foliar.
EL VERDE DE LA CLOROFILA
Los botánicos afirman que el principal desencadenante que causa la aparición de los colores otoñales en las especies caducifolias, es la ausencia progresiva de luz, suscitada por el acortamiento que va sufriendo el día tras el equinoccio de otoño, más acuciado en las latitudes templadas de los dos hemisferios terrestres. De esta forma, según se va reduciendo el fotoperiodo o número de horas de exposición solar diaria, así se va degradando el principal pigmento que otorga el color verde a las hojas de las plantas: la clorofila. Un pigmento localizado en los cloroplastos del interior de la células vegetales y que se caracteriza por mostrarse algo inestable, cuya producción se ve también mermada cuando las temperaturas comienzan a descender tras el avance de la gélida otoñada. Gracias a esta inteligente señal ambiental, los árboles caducifolios saben o intuyen que se aproxima el invierno, época que propicia la carencia de agua y en la que también aumenta el riesgo de sufrir posibles daños fisiológicos, auspiciados ambos por la inminente amenaza de las congelaciones.
Recordar que, por la acción de la clorofila, la fotosíntesis tiene lugar en las partes verdes de las plantas. Trascendental proceso biológico por el que la materia inorgánica (dióxido de carbono, agua y sales minerales: savia bruta) se transforma en materia orgánica (carbohidratos: savia elaborada), empleando para ello la energía lumínica obtenida de los rayos del sol. Dentro de la complejidad del proceso, dicha energía es utilizada para romper los consistentes enlaces que mantienen unida a la molécula de agua (H2O). Como resultado, se generan moléculas energéticas (ATP+electrones) útiles para la posterior síntesis de azúcares u otras reacciones del metabolismo bioquímico y, por supuesto, ¡el oxígeno que respiramos! Así es. El oxígeno que inhalamos proviene del agua y se libera a la atmósfera como un residuo directo de la fotosíntesis que realizan los seres vivos vegetales. La clorofila no solo capta la radiación solar, sino que precisa de ella para mantenerse activa y seguir produciéndose eficazmente. En el momento que la intensidad y número de horas de insolación se reducen, a la planta no le es rentable continuar fabricándola, así que comienza su descomposición, o más bien translocación, pues se reabsorbe y termina almacenándose dentro del tronco y raíces de la planta, con la hábil finalidad de emplearse en la siguiente foliación primaveral. La formación de una capa de células suberosas, parecidas al corcho, en la base del peciolo o rabillo de la hoja, tapona la circulación de agua y savia, iniciándose de esta guisa el secado o marchitamiento de la misma.
EL AMARILLO DE LOS CAROTENOIDES
Cuando comienza esta desintegración, entonces se vislumbran los carotenos o carotenoides, otros tintes que hasta el momento se encontraban ocultos o enmascarados bajo el verdor de la clorofila, y que originan los colores amarillos y anaranjados en las hojas. Los encontramos en el citoplasma celular, adheridos las proteínas de los cloroplastos. También ejercen cierta función fotosintética. Investigaciones afirman que, según parece, estas moléculas presentan una función térmica en la hoja. Los carotenos se disipan mucho más despacio que la clorofila durante el desfronde del arbolado. Se cree que son los pigmentos dominantes en la coloración de aproximadamente el 15-30 % de los árboles, presidiendo en la gradación decidua de los fresnos, abedules, álamos, avellanos, sauces,…Cuando éstos últimos disminuyen, nos queda el marrón de la hoja seca. Se habla entonces de taninas, constituidas por productos de deshecho que se acabarán desprendiendo con la hojarasca marchita; alimentando y fertilizando la capa humífera del suelo forestal, mejorando su infiltración y retención de agua, mitigando su erosión, creando hábitat para los microorganismos edáficos, etc. etc.
Manifestación de colores otoñales en un mismo ejemplar de haya (Fagus sylvatica), afectando a la vez a distintas partes de la copa del árbol. Al reabsorberse el verde de las clorofilas, se “destapan” entonces los amarillos y anaranjados de los carotenos.
Es otoño, se reducen las horas de luz y bajan las temperaturas, propiciando así la deposición de la clorofila y la reaparición de los carotenos en estas hojas de Haya (Fagus sylvatica). La sequía, la nubosidad y el frío del otoño, además de otros factores, influyen decisivamente en la rapidez y expresión del proceso policromático. Otoñadas áridas, con vendavales y heladas tempranas, originan un marchitamiento anticipado sin sucesión marcada de colores.
Mismo ejemplo, pero en este caso acusándose sobre una fronde de Helecho común (Pteridium aquilinum). Es posible que el hielo otoñal haya afectado a una de las dos mitades de esta hoja, afectando a la pronta diferenciación de su colorido, haciendo desaparecer de manera drástica el verde de la clorofila. También ha podido ocurrir por efecto de una sombra rectilínea prolongada,..o ¿quién sabe? Se admiten sugerencias. Pero la imagen, elocuente es un rato.
Radiante amarillo reflejado por los carotenos de este Arce campestre (Acer campestre). Dentro de los pigmentos carotenos, son las xantofilas, como la luteína, las que confieren el color amarillento al follaje, mientras que los Beta-carotenos (visibles en el haya de la derecha) otorgan las sinfonías anaranjadas. Paraje de La Zalaya, en término de Cilbarrena, Ezcaray.
EL ROJO-PÚRPURA DE LOS ANTOCIANOS
Por su parte, los pigmentos antocianos o antocianinas se hallan en las vacuolas de las células vegetales y son los encargados de colorear el limbo foliar con resplandecientes notas rojas, púrpuras y azules. Según estudios, parece ser que estos matices se producen al aumentar la concentración de ciertos azúcares (glucosa) cuando la hoja empieza a deshidratarse, a comienzos de otoño, con arreglo al desvanecimiento de la mitad la clorofila que acumula en sus tejidos. Por tanto, en muchas especies se fabrican justo antes de la caída de la hoja. El pH o acidez de la hoja también suele ser capital en la manifestación de su intensidad. Dicha concentración varía entre años, de ahí que no haya dos otoños iguales en tonalidades de rojos, mientras que, por ejemplo, la de carotenoides (amarillos/naranjas) se mantiene más o menos constante. En este sentido, la luminosidad otoñal es fundamental para que un rojo radiante predomine en las frondes de cerezos, arces, serbales, cornejos, robles, álamos temblones, etc.
La funcionalidad de los antocianos no está del todo esclarecida. Se les atribuye una finalidad protectora frente a la luz solar ultravioleta, absorbiendo el excedente lumínico de dicha radiación, ejerciendo de antioxidante, postergando así la caída precipitada de la hoja no sin antes ingerir y almacenar el resto de sus nutrientes beneficiosos. De esta forma, podrían funcionar incluso como sustancias anticongelantes. Por igual, como medio de defensa repeliendo la agresividad de insectos fitófagos (a más rojo = más azúcar = más reservas = mejor condición sanitaria), como indicativo de carencias en nitrógeno y otros nutrientes esenciales, como estimulante hacia los polinizadores exhibiéndose en las hojas bracteoladas que secundan y colorean las flores, etc.
Antocianos o antocianinas en las hojas del arce de Montpellier (Acer monspessulanum) y del arándano o anabia (Vacciunum myrtillus). Os los muestro, en parte, por la ecología tan dispar que presentan ambas plantas, embelleciendo, respectivamente y por igual, los bosques termófilos del medio Oja y los matorrales de montaña de la Sierra de La Demanda.
ALGUNAS ESPECIES CON SUS TÍPICAS COLORACIONES. BOSQUES PARA EL RECUERDO.
De todos los tamaños, estructuras, edades y colores. La mancha boscosa que recubre la superficie del valle del Alto Oja es extraordinariamente rica y diversa en especies forestales. En esencia se trata de arboledas jóvenes y de carácter autóctono, que se han expandido de un modo asombroso durante las últimas décadas, de forma natural o espontánea, a raíz de distintas vicisitudes ecológicas, antrópicas, históricas o socioculturales. En la actualidad, su valor multifuncional se considera primordial para la salvaguarda de la biodiversidad y de la identidad cultural que custodia a esta comarca, así como para la protección y fomento del paisaje y patrimonio natural de todo el conjunto de la Sierra de La Demanda riojana. Por razones más que evidentes, y sobre todo ahora, durante la vistosidad del otoño, la práctica totalidad de esta notable masa boscosa se halla incluida dentro de los espacios naturales que conforman la Red Natura 2000, encontrándose protegidos al amparo de las directivas europeas de conservación de hábitats y especies silvestres (ZEC Sierra de La Demanda). La legislación en materia de Montes y de Espacios Naturales Protegidos de La Rioja también vela por su buen recaudo e indisoluble integridad (consultar normativas). Hayedos, bosques mixtos, robledales, mostajares, aceredas, avellanedas, saucedas, choperas…todos forman un inestimable tesoro que tenemos el deber de patrocinar y preservar.
El Fresno de montaña o de hoja ancha (Fraxinus excelsior) es uno de los primeros árboles que comienzan a marchitarse a partir de finales de septiembre. Pasa del verde al amarillo dorado. Espectaculares fresnedas en las Umbrías de Chazparria y Turrarana-Valle de Urdanta-Ezcaray.
El Arce de Montpellier (Acer monspessulanum) en compañía del roble enciniego (Quercus faginea) conformando un bosque mixto a pie de cantil, bajo los cortados de la Peña de San Torcuato. Predominio de tonos anaranjados, rojos y púrpuras.
Agrupaciones de Cerezos silvestres (Prunus avium) en los alrededores del pueblo de Valgañón. Este preciso año, una enfermedad fúngica ha causado la caída precoz de la hoja de los cerezos, sin que hayamos podido disfrutar de los maravillosos matices rojizos con los que, cada otoño, nos agasaja esta agradecida rosácea silvestre.
Flamantes avellanedas espontáneas con Avellanos (Corylus avellana) colonizando terrazas y bancales en antiguas áreas de cultivo. El amarillo dorado de las hojas, en combinación con la típica estructura, en forma de túnel vegetal, resulta un deleite para la vista. Valle de Amunartia-Medio Oja de Ojacastro.
En los ecosistemas de alta montaña, representando el último piso de vegetación arbórea o formando parte de la series colonizadoras de los hayedos y robledales acidófilos de la cabecera del Oja, los Serbales de los cazadores o cervillejos (Sorbus aucuparia) junto a los Mostajos (Sorbus aria), se encargan de engalanar las vertientes más inhóspitas de la Sierra de La Demanda.
Mostajares con Mostajos (Sorbus aria) y Serbales de los cazadores (Sorbus aucuparia) invadiendo los brezales de la umbría de Altuzarra, Ezcaray, en los términos de Ezcuena y Sarrucia.
Vestigios de antiguas saucedas en las que la Sarga negra (Salix atrocinerea) prevalece marcando la linde de los praderías particulares de fondo de valle, en los alrededores del pueblo de Valgañón, paraje de Regala. Esta especie es una de las que más tarde pierde el follaje, allá por el tardío mes de noviembre.
Los robledales marcescentifolios de Quejigo o roble enciniego (Quercus faginea) son tardíos y obtienen su mejor colorido a mediados-finales de noviembre, permaneciendo la hoja prendida en el árbol durante buena parte del invierno. Las solanas calizas de Valgañón, Zorraquín y Ezcaray, por debajo de los 1.000 metros de altitud, son los mejores emplazamientos para cautivarnos con estas áureas manchas de bosque.
A pesar de su carácter foráneo, el Alerce europeo (Larix decidua) es una conífera que otorga cierta notoriedad al paisaje otoñal del Alto Oja, propiamente por su original naturaleza decidua o caducifolia. Se repobló de manera experimental en pequeños rodales junto al pino silvestre en las últimas décadas del siglo pasado. A día de hoy es un componente providencial de la flora arbórea de este valle de la Sierra de La Demanda. Sus dorados tonos pueden fotografiarse durante el mes de noviembre.
Hayedos en PRIMERA FASE de defoliación. Pasando del verde al amarillo. Monte Los Corrales, Valgañón.
Hayedos en SEGUNDA FASE de defoliación. Pasando del amarillo al anaranjado. Musquilzalaya, Barranco del Ortigal, Ezcaray.
Hayedos en TERCERA FASE de defoliación. Pasando del anaranjado al rojizo. Monte Corral de Zamaquería, Valgañón.
Extraordinario articulo Juan, hemos tenido el privilegio de verlo contigo en las rutas que realizas.
Aprendemos con las explicaciones que das sobre el terreno.
Saludos
Una explicación magistral y sobretodo cuando he podido escuchar y ver en la misma montaña toda esa sabiduría y explicación que nos brinda Juan y la Sierra de la Demanda “Rioja”
Gracias Juan