En la comarca riojana del Alto Oja, los valles y montes que conforman la cadena montañosa de la Sierra de La Demanda se hallan cubiertos por una esplendorosa masa forestal, abundante y muy diversa. Variopintos son sus bosques autóctonos de caducifolios, destacando sobre diferentes situaciones ecológicas de suelo, cota y orientación, en los que predominan: robles, hayas, fresnos, arces y cerezos silvestres, sobre numerosas especies más. Las repoblaciones artificiales de coníferas también cuentan con una importante representación territorial en la zona, incluyendo varios cientos de hectáreas de frondosos pinares y abetales, además de otras pequeñas plantaciones que cuentan con la singular presencia del alerce europeo; muy llamativo por el carácter caduco de sus tiernas hojas aciculares.
A pesar de su origen antrópico, el papel de las reforestaciones alóctonas, en su justa medida, ha de considerarse loable. Especialmente, como principal medio restaurador de un denostado paisaje forestal que desde tiempo atrás se encontraba prácticamente arruinado, sin apenas árboles, empobrecido tras siglos de intenso aprovechamiento agropecuario de subsistencia. En la actualidad, gracias a los cambios de uso que ha experimentado el suelo así como al fomento de nuevas medidas legales encaminadas hacia la conservación de la biodiversidad, nuestro patrimonio arbolado gana terreno año tras año, siguiendo una tendencia positiva, casi exponencial. Una boyante situación que nos permite afirmar que nuestros bosques cada vez son más extensos, diversos y longevos, aumentando, más si cabe, la complejidad y riqueza de los magníficos espacios naturales que engalanan la Sierra de La Demanda riojana. Por estas razones, todos ellos forman parte de la Red Natura 2000.
En el Alto Oja, existen numerosos espacios arbolados que atesoran una excepcional belleza y riqueza forestal. Serían muchos los bosques por nombrar, pues todos ellos, casi siempre, poseen ciertas connotaciones especiales que los hacen únicos y populares en nuestra demarcación. Mientras algunos son muy conocidos, otros lo son menos por ubicarse en lugares poco visitados, distantes o inaccesibles. Por no alargarnos demasiado, hemos optado por exponer tan solo unos pocos ejemplos que a nuestro juicio resultan los más expresivos del ecosistema bosque; típico y exclusivo del Valle de Ezcaray y de sus verdes florestas circundantes. Los motivos para su inclusión han estado basados en múltiples criterios que atañen a su grado de extensión, a su longevidad, a su origen histórico o cultural, a su vocación paisajística o a su condición de refugio para la flora y fauna silvestre.
Como reservorios de nieve, los bosques cumplen una importante función reguladora del ciclo hidrológico natural. Absorben y almacenan el agua. Rellenan los acuíferos y se encargan de modular la escorrentía así como el flujo interestacional de los cauces fluviales.
El Arroyo de Usaya atraviesa desde su nacimiento una abrumadora masa forestal. Éste, es un pequeño valle que posee grandes contrastes entre sus dos vertientes opuestas. En la fresca umbría predomina un impresionante hayedo, húmedo y sombrío, con cerca de 500 ha de superficie. En la seca y desarbolada solana, se disemina una de las áreas de pastizal de montaña más extensas e importantes de la comarca, donde al atardecer pueden llegar a observarse copiosos rebaños de ciervos, pastando en libertad. En las partes altas existen grandes manchas de repoblación forestal, cubiertas por densos pinares y abetales. En el paraje del Salegar y Pico La Ronda podemos hallar una pequeña plantación experimental de abeto blanco (Abies alba), conífera que en la península se considera casi exclusiva de las estribaciones pirenaicas. Parece ser que en la antigüedad preglaciar, el abeto blanco también pudo poblar los montes demandeses. Otras formaciones vegetales que también merecen ser destacadas dentro de este enclave, son los mostajares o mostellares; como los que se acantonan en los términos de Cobelasa y Vallejo del Peñón. Agrupaciones de serbales (Sorbus aucuparia, S. aria) que acaudalan gran interés durante la época otoñal, gracias a la intensa policromía que exhiben sus coloridas hojas caducifolias, a la que también podemos añadir una abundante y rica producción en frutos rojos comestibles. Por el interior del valle discurre un precioso sendero, muy visitado durante todo el año. Su peculiar trazado badea el cauce del barranco sirviéndose de siete artesanales puentes de madera. De aquí, el difundido nombre de Paseo de Los Siete Puentes, uno de los itinerarios más practicados y recorridos del entorno natural de Ezcaray.
Por sus prístinos paisajes agrestes, este enclave representa el clásico ejemplo de los bellos bosques que tapizan la alta montaña demandesa; poco alterados y que además gozan de un aceptable estado de conservación. En este ámbito, los viejos signos del relieve geológico cuaternario se expresan en forma de pequeños glaciares y nichos de nivación, favoreciendo la configuración de unos exclusivos hábitats alpinos y que podrían considerarse más propios de las regiones pirenaicas norteñas. Las duras condiciones ambientales que se experimentan a esta cota, limitan el crecimiento y expansión de la flora arbórea, y sólo las coníferas de temperamento más rústico, logran sobrevivir a la fría intemperie externa. Cabe decir que el origen de estos bosques es artificial, pues provienen de antiguas repoblaciones llevadas a cabo por el hombre durante la segunda mitad del siglo pasado. Dilatadas masas de pino silvestre y pino negro (Pinus sylvestris, P. uncinata) se enseñorean del terreno. En las cubetas glaciares, por escorrentía superficial, se llegan a formar interesantes áreas lacustres de turbera en las que reside una flora muy específica y, por lo común, amenazada. Éstas, a su vez, forman un mosaico en el que se alternan pequeños bosquetes de abedul (Betula alba), con mostajares (Sorbus aria, S. aucuparia), brezales (Erica arborea, E. australis) y jugosos pastizales de altura, como son los cervunales. Toda esta zona posee un importante elenco de aves de montaña. En los riscos quebrados crían el bisbita alpino, la collalba gris, el roquero rojo y el escribano montesino. En lo profundo del pinar moran la chocha perdiz, el reyezuelo sencillo, el acentor común, el herrerillo capuchino, el carbonero garrapinos y el verderón serrano. Mirando al cielo y con un poco de suerte, sobrevolando las hoyas de Escorlacia o Moreta, también cabe la posibilidad de asistir al regio planeo del águila real, oteando el espacio aéreo de la sierra. Por su gran fragilidad y valor ecológico, la conservación de este bosque precisa de unas especiales medidas de gestión que limiten cualquier tipo de impacto ambiental durante las futuras labores de aprovechamiento forestal.
Los bosques mixtos acaparan una significativa superficie en todo el ámbito territorial del Alto Oja. Representan el resurgir del bosque vivo, pues se hallan integrados por especies pioneras de crecimiento rápido, capaces de recolonizar antiguos espacios deforestados con sorprendente rapidez y vitalidad. La importancia de estas formaciones radica en la gran diversidad florística que acogen, considerándose una de la más elevadas de entre los bosques ibéricos. Las umbrías del Valle de Urdanta quedan cubiertas por un colorido mosaico de especies arbóreas caducifolias. Las cuales, conviven plácidamente ocupando los vallejos y barrancos frescos, sobre suelos fértiles y profundos. Así podemos citar exuberantes fresnedas, aceredas, avellanedas, cerecedas, acebedas, entre las que se regeneran pequeños bosquetes de hayas, robles, tilos o chopos, e compañía de numerosas especies más. La variedad de espesuras o coberturas que ofrece tal mezcolanza de portes arbóreos y sus copas, facilita la entrada de luz en el sotobosque a diferentes intensidades, permitiendo así que aparezca envuelto por fecundo y vistoso plantel de hierbas nemorales umbrófilas, adaptadas a las diversas condiciones de sombra e insolación. Dicho espectáculo florístico puede contemplarse a mediados de del mes de mayo y resulta una delicia para la fotografía de plantas silvestres. En las densas arboledas de Turrarana nidifica cada verano el discreto halcón abejero. Así mismo, en el paredón de la Peña Chazparria, también puede avistarse diversas aves rupícolas como buitres leonados, cuervos y aviones roqueros.
El viejo pinar de La Zalaya se encuentra resguardado en la cabecera del Valle de Cilbarrena, abarcando una reducida superficie que apenas supera las 150 ha. Su valor reside en que se trata de uno de los bosques de pino silvestre más añejo de la comarca de Ezcaray. Sus centenarios pinos albares (Pinus silvestres) fueron plantados en los albores del siglo pasado, nada más y nada menos que cuando se acometieron las primeras reforestaciones arbóreas en la región. Tal circunstancia, permite que podamos alegar que la evolución pasada de este bosque deba quedar indisolublemente vinculada a la historia y patrimonio forestal de Sierra de La Demanda riojana. En su última etapa de vida, el crecimiento de este veterano bosque ha logrando cumplir uno de los principales objetivos que se designan a toda repoblación protectora; la importante función de hábitat cubrecultivos, facilitando la regeneración de las especies autóctonas originales bajo su aclarado follaje protector. Gracias a esto, el abrigado subvuelo o sotobosque de dicha pineda, se encuentra invadido por un pujante regenerado de hayas, acebos, tilos, arces blancos y cerezos silvestres. La especial riqueza en nutrientes que aportan las dolomías y pizarras carbonatadas que componen la mayor parte del sustrato del paraje de La Zalaya, ha influido notoriamente en el avanzado estado de desarrollo que en la actualidad experimenta su formidable dosel vegetal. Durante la primavera, en las pequeñas praderas que se intercalan entre los claros del pinar, podemos tener la suerte de tropezarnos con auténticas joyas micológicas de gran interés biogeográfico. Tal es el caso de la extrañísima seta cerebriforme Gyromitra gigas o del colorido boleto Porphyrellus porphirosporus, cuya carne se tiñe de un intenso color amoratado cuando la seta se corta y queda expuesta al aire. A finales de verano también podemos observar la delicada flor de la orquídea otoñal Spiranthes spiralis, muy escasa en el resto de la comarca. Es una lástima que los alrededores de este hermoso pinar quedasen muy trastocados tras la ejecución de las últimas operaciones de corta y desembosque de su arbolado. Ahora mismo, numerosas pistas de grandes dimensiones surcan el interior del bosque facilitando el acceso al tráfico motorizado, a veces descontrolado. El dramático desmonte de los terrenos ha provocado un daño irreparable en la escorrentía superficial de las laderas así como en la masa de raíces subterráneas que, durante casi un siglo, había prestado una encomiable conexión entre árboles monumentales.
Situado en un entorno privilegiado, el acebal de Valgañón destaca sobre un extensa área de pastizales y praderas que se conoce por el popular nombre de Dehesa de Valgañón. Este insólito bosque está formado por altos y corpulentos acebos (Ilex aquifolium), algunos de ellos con varios siglos de antigüedad. A pesar de su reducida extensión, que apenas supera las 10 ha, la apreciable estatura y densidad de sus pies, sirven de sobra para otorgar a este rodal la condición de bosque auténtico, único entre las acebedas ibéricas. El origen de esta clase de bosque ha de buscarse entre los factores ecológicos que caracterizan su medio de crecimiento: 1. un suelo calizo y profundo, rico en nutrientes. 2. una topografía en vaguada, resguardada de fríos severos y de las sequías veraniegas. 3. una adecuada orientación que aprovecha los vientos húmedos del norte. La configuración histórica de este viejo bosque también posee un fuerte componente humano. A lo largo del tiempo, la mano del hombre ha beneficiado al acebo por sus múltiples usos, en detrimento de otras especies superfluas que eran sistemáticamente taladas y eliminadas. Antaño, el acebal constituía una despensa primordial de aprovisionamiento de leñas, maderas y forrajes. Su tupida cubierta perennifolia favorecía la protección y resguardo del ganado doméstico, tanto de los intensos fríos invernales como de los sofocantes calores veraniegos. Cuando llegaba la Navidad, vecinos de Valgañón acudían al acebal para cortar las ramillas más vistosas cuajadas de frutos rojos, y que después se vendían y exportaban al mercado catalán como adorno navideño. Durante el invierno, la intrincada acebeda ofrece un refugio excepcional para la fauna silvestre, en especial para las aves en mitad de su viaje migratorio. Su fructificación invernal aporta una indispensable fuente de alimento cuando escasean el resto de los recursos del monte, resultando trascendental para la supervivencia numerosos animalillos silvestres. Para conocer a fondo el Acebal de Valgañón acompáñanos en alguna de nuestras visitas botánicas guiadas.
La presencia dispersa de gruesos robles trasmochados, nos indica que en la antigüedad una buena parte de la Solana de Turgueiza pudo estar ocupada por una centenaria dehesa arbolada. Los pies trasmochos se podaban a cierta altura para estimular la producción continua de madera, leñas, frutos y ramón. Las talas se efectuaba cada 5-10 años, en función de las dimensiones maderables que se deseasen obtener. Esta secular práctica beneficiaba el crecimiento del pie en grosor a la vez que limitaba su desarrollo en altura, mejorando así el ensanchamiento y productividad de la copa. El estrato inferior o sotobosque se mantenía limpio para favorecer la expansión y crecimiento del pasto. Los restos de este también denominado “monte hueco” u “oquedal” se reparten entre los términos municipales de Zorraquín y Valgañón, desde la Peña de Turta hasta el Barranco de Tres Fuentes, sobre unas 700 ha de terreno. La especie principal que lo puebla es el quejigo o roble enciniego (Quercus faginea), contando con varios cientos de ejemplares que probablemente superen los 300 años de longevidad. Sus ramas y troncas huecas ofrecen un hogar de vital importancia para la fauna forestal, siendo disputadas por cárabos, garduñas, ginetas, gatos monteses, lirones y raposos. La naturaleza caliza de los soleados suelos de Turgueiza permite que sean colonizados un heterogéneo catálogo de florecillas primaverales, muy diversas y coloridas. Sus pastos y tomillares secos, propios del ámbito mediterráneo, son especialmente fecundos en orquídeas silvestres de los géneros: Orchis, Ophrys, Anacamptis, Aceras, Limodorum, Epipactis, etc. El valor estético, cultural y ecológico de esta clase de bosque relicto resulta innegable. Su fomento y protección deberían encontrarse a la orden del día, sin que su presencia pase desapercibida ante los organismos públicos encargados de la promoción y gestión del medio natural riojano.
La Dehesa de Carrasquedo supone un claro ejemplo de lo que antiguamente representaba una dehesa boyal, localizada en el término municipal de Grañón. En concreto, este monte era el típico terreno de aprovechamiento comunal que se situaba cercano a los municipios y cuyos usos quedaban consignados a las prácticas agroforestales ejercidas por la población local. Bosques y pastos especialmente acotados para guardar al ganado doméstico. En dichos predios, coexistían zonas arboladas con otros espacios que se dedicaban al pastoreo. Bajo este contexto, el bosque se mantenía limpio y aclarado, respetando una cierta densidad de pies que se distribuían de forma aislada y más o menos homogénea sobre el terreno. En este tipo de dehesa, los recursos tendían a distribuirse de una manera colectiva y racional. De los árboles se obtenían tanto leñas como madera menuda de escasa dimensión, que se empleaba para fabricar aperos o pequeñas piezas de construcción. Las podas eran frecuentes y se realizaban para estimular la producción de bellota y ramón. El ramón estaba formado por el ramaje repleto de hojas secas que se almacenaba para el invierno, sirviendo de alimento o cama para los animales estabulados. Por su parte, las áreas de pasto quedaba exclusivamente reservadas al ganado de tiro o labor, comúnmente integrado por bueyes, mulos, burros o caballos. La importancia de este bosque radica en que refleja una de las pocas muestras supervivientes de lo en su tiempo llegaron a ser los bosques de llanura. Arboledas termófilas que colonizaban el pie de monte seco y cálido de la Sierra de La Demanda. Como especie principal citamos al roble melojo o rebollo (Quercus pyreanaica), que a su vez comparte espacio con quejigos y encinas. Por su escasez, la existencia de estos bosques en la actualidad resulta casi anecdótica, ya que en su mayoría fueron vendidos y roturados en favor de la voraz agricultura intensiva. Su inherente condición de isla forestal, viéndose rodeada por un extenso mar de monótonos cultivos, brinda a la fauna salvaje un indispensable refugio, que se utiliza como área estratégica de descanso, alimentación o reproducción. En el robledo anidan especies como la paloma torcaz, la tórtola europea, el alcotán, el búho chico, el mosquitero papialbo o el esquivo colirrojo real. A menudo, bajo su tupida fronda se esconden tejones, garduñas, ginetas, zorros y jabalíes. En este mismo monte también encontramos la Ermita de Carrasquedo. Cuenta con un albergue anexo, un área recreativa con mesas, fuente y asadores así como un pequeño campo de fútbol de hierba que hace las delicias de los más jóvenes.
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