Comienza la etapa otoñal y parece ser, según previsiones, que este año va a comportarse como tal, por lo menos durante este primer mes de septiembre. La llegada de unas irresistibles lluvias tempranas, irá alentando la aparición de las escasas hierbas que poseen la inusual capacidad de poder florecer durante esta amable época del año. Privilegio que es más propio de las especies vegetales de tendencia mediterránea, entre las que existen no pocas plantas que aprovechan la estación de lluvias otoñales para completar su ciclo vital cuando todavía las temperaturas del suelo y el ambiente son suaves y apacibles, con motivo de la inercia térmica que origina el recién acontecido verano. Entre otras circunstancias, esta caprichosa peculiaridad las permite soportar una menor competencia en lo que se refiere a servicios de polinización entomológica (vía insectos), pues la diversidad y carga florística en las regiones de clima templado durante este periodo del año resulta casi insignificante si, por ejemplo, la ponemos en comparación con la de la más abundante primavera. También si cabe, la competencia por los recursos alimenticios se encuentra más equilibrada durante el otoño, al existir una menor competencia interespecífica.
Una buena parte de las veces se trata de especies geófitas; plantas que durante la época desfavorable del año (verano e invierno en nuestras latitudes) poseen los tejidos embrionarios ocultos y protegidos bajo el nivel del suelo, formando una suerte de tallos modificados subterráneos que adoptan morfologías de lo más aparente. De entre éstos últimos, una importante proporción celular se corresponde con tejidos nutricios de reserva, especializados en almacenar agua y otras sustancias alimenticias que serán utilizadas en los siguientes periodos vegetativos de crecimiento, cuando las condiciones climáticas sean las más apropiadas para emerger y afianzar así, una vez más, el proceso reproductor. El ejemplo clásico del bulbo de la cebolla, el tubérculo de la patata o el rizoma de los helechos. HAZ CLICK PARA VER UN EJEMPLO DE LOS TIPOS DE TALLOS SUBTERRÁNEOS QUE SE DAN EN LAS PLANTAS.

En nuestro caso, los hábitats que componen el paisaje natural de la comarca del Alto Valle del Oja, dan cabida a un exiguo contingente de pequeñas florecillas otoñales, encomendadas de embellecer el campo cuando el mismo comienza a recuperar sus flamantes coloridos tras el paso del inclemente estío. Entre muchas otras, vamos a dirigir nuestra atención hacia dos especies bulbosas conocidas popularmente por el nombre de azafranes silvestres, muy frecuentes y abundantes en los montes demandeses durante los meses de septiembre y octubre. Una, es pariente próxima del azafrán cultivado (Crocus sativus), pues pertenece al mismo género botánico. La otra, aunque muy parecida, forma parte de un grupo taxonómico algo diferente, incluido en el género Merendera.
Ambas flores emergen de la tierra solitarias o en reducidos grupos, desde finales de verano hasta las primeras semanas del otoño, a partir de un pequeño bulbo subterráneo similar al de una cebolleta y que, a su vez, se halla rodeado por una envoltura externa marrón oscura que recibe el nombre de túnica. Sus hojas son muy estrechas, filiformes, y suelen pasar desapercibidas camufladas entre el resto del pasto verde, desarrollándose en otras estaciones del año y que no siempre suelen coincidir con la misma época de floración. La propia flor muestra seis tépalos de un color lila más o menos intenso. Hablamos de tépalos cuando los verticilos de la flor no presentan una clara diferenciación entre los pétalos que forman la corola y los sépalos que constituyen el cáliz (el cáliz de las plantas con más detenimiento). Entre otros caracteres, esta estructura petaloide es característica del grupo de las plantas angiospermas monocotiledóneas. Para enterarnos mejor pasemos pues a estudiarlas con más detalle:
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*El Crocus nudiflorus o azafrán loco vive en ambientes frescos ligados al bosque. Habitualmente colonizando suelos humíferos, ricos en nutrientes. En linderos forestales, matorrales aclarados y pastizales con cierto grado de cobertura herbácea, ya que exige algo de protección frente a la insolación directa.

Los seis tépalos lilas que componen la flor de Crocus nudiflorus tienden a soldarse por su base, conformando un largo tubo blanquecino-verdoso, en cuyo interior se prolongan los órganos reproductores de la planta. A simple vista, suele confundirse con el pedicelo o falso tallo que en otras especies se encarga de sostener la flor. Sus ligeras hojas se marchitan antes de la floración.

La flor con forma de campanilla, prolongada por un largo y estrecho tubo es característica de Crocus. A diferencia de otros congéneres, esta planta florece con la llegada del otoño. Otras especies peninsulares, como Crocus vernus o C. carpetanus, aparecen a finales de invierno tras la fusión de la nieve en cotas altas.

En raras ocasiones, la flor del azafrán silvestre carece de la típica pigmentación lila y sus tépalos se exponen enteramente blancos.

El género Crocus se distingue principalmente por poseer tres estambres y un estilo. Estilo cuyo ápice se divide a su vez en tres estigmas con forma de penacho ramificado. Por su parte, el género Colchicum, posee flores semejantes a las de los Crocus. Se diferencian en que éstas presentan 6 estambres y tres estilos, y en que aparecen en primavera a la misma vez que las hojas.
Ilustración de la flor de Crocus tomada de Internet. A la izquierda aparecen, en color amarillo, las largas anteras que se disponen en la parte distal de los estambres masculinos. Debajo, en color anaranjado, porción apical del estigma femenino (hebra de azafrán comercial). Observad el detalle del tubo tepalino alargado y estrecho, asemejándose a un “falso tallo” floral.
Por su escasez “en especie” y lo arduo de su recolecta, el precio de un kilogramo de hebras secas suele rondar los 3000 euros, para el que aproximadamente se necesita recolectar la exagerada cifra de unas 250 000 flores. Su elevado precio le ha valido la denominación de oro rojo, cuyas preciadas cosechas suelen almacenarse bajo llave en caja fuerte. La colchicina es un alcaloide que otorga cierta toxicidad a esta planta. Se presenta en mayor dosis en las hojas y su efecto puede causar descomposiciones gástricas muy severas. Por ello, el ganado respeta sus flores y rehúsa alimentarse de las mismas.
*La otra especie de la que vamos hablar es la Merendera montana,que también recibe los sinónimos de M. bulbocodium o M. pyrenaica. En publicaciones antiguas también aparece como Colchicum montanum. En castellano, a parte de azafrán silvestre o de puerto, esta planta adopta los ocurrentes nombres de quitameriendas o espantapastores. Esto se debe a la tardía aparición de sus flores, evento que presagia el acortamiento del día y la llegada del mal tiempo otoñal a la montaña. Cosa que hace desistir a turistas y ganados, que van paulatinamente abandonando las zonas más altas y frías del monte al compás de la floración de esta linda planta bulbosa.
Esta liliácea habita pastizales de diente rasos, con suelos preferentemente abonados y compactados por el pisoteo constante del ganado. Selecciona zonas más elevadas de montaña que la especie anterior, ocupando praderas secas en lomas, puertos y majadas. Soporta mejor la iluminación directa.

Los seis tépalos lilas que componen la flor de Merendera montana no tienden a soldarse por su base, conformando un largo tubo como ocurría en la especie anterior. Sus tépalos surgen casi del mismo bulbo a nivel del suelo, son algo más estrechos y se disponen más abiertos. El adelgazamiento de la base de los mismos recibe el nombre de uña, que en este caso es de color blanquecino. Sus finas hojas surgen después de la floración.

La flor del Espantapastores no presenta una forma acampanada y cerrada al emerger. Cuando se abre, recuerda más bien a una estrella con seis puntas, lo que en morfología botánica se denomina apertura radial.


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