Tras cruzar la Vía Verde del Oja, nos dirigimos hacia la localidad de Ojacastro. En un principio, para acortar distancia, estaba planeado salvar el cauce del río Oja por el conocido Paso de los Bueyes. Pero, como pudimos comprobar, las fuertes crecidas invernales habían terminado por arrastrar el tradicional vado confeccionado por largos troncos de madera; así que llegamos a Ojacastro por el puente de piedra que queda situado más abajo, próximo a la antigua estación de ferrocarril, y que da acceso al Barrio de Abajo o del Pisón. Ya en el pueblo, efectuamos una breve parada de refresco ante de afrontar la segunda subida del recorrido. A pesar de su significativo desnivel, la ascensión hasta el collado de Urdiga es más bien larga y progresiva, sin mostrar fuertes tramos en pendiente. Además, lo bueno que tiene es que se realiza mayoritariamente a la sombra de un tupido bosque de hayas, a la vera de un barranco que se prolonga a lo largo y ancho del extenso Monte de Barrotarna, en las demarcaciones del Valle de Masoga.
Una vez arriba, las fastuosas vistas recompensaron con creces el esfuerzo realizado. Este año, gracias a las elevadas precipitaciones, la montaña se encontraba viva y esplendorosa. El verde intenso de las praderas se fundía con el fragor de los bosques turgentes, dibujando un paisaje primaveral de ensueño, más propio de finales de mayo o principios del mes de junio.
Resulta curioso como algunos lugareños de Zorraquín llegan a recordar el grado de “saneamiento” al que estaba sometido dicho monte en la antigüedad. Tal era el caso que, los pastores desde las zonas más bajas del monte, solamente tenían que agachar un poco la cabeza, asomándose por debajo de los copudos robles, para alcanzar a vigilar al ganado que pastaba libremente en las partes altas. Sin tener la necesidad de acudir hasta el mismo lugar en sí. Hoy en día la situación es muy diferente. Los escasos ejemplares que permanecen añosos, tras superar las llamas de un incendio ocasionado por un rayo, apenas logran sobrevivir ocultos entre la cerrada maleza que coloniza las desvalidas dehesas de Turgeiza. Débiles y fatigados tras años de aprovechamiento intensivo. Aún así, su valor patrimonial y ecológico continúa siendo innegable.
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