Describir un paraíso terrenal, como lo es Islandia, puede resultar una tarea arto complicada. La espectacularidad de sus fenómenos naturales, la magnificencia de sus paisajes inexplotados, la penetrante fuerza sus dantescos glaciares y volcanes fosilizados, el libre albedrío de su flora y fauna todavía salvajes, la fosforescencia de sus deslumbrantes auroras boreales irrumpiendo en la quietud de la desolada noche ártica,…Éstas son las fehacientes señas de identidad del consabido país del fuego y hielo, catapultado en tiempos a la fama tras el estreno cinematográfico de “La vida secreta de Walter Mitty”, dirigida y protagonizada por el cómico norteamericano Ben Stiller. La película está basada en elogiado cuento de James Thurber, que recibió una gran acogida popular tras su divulgación para el magazine The New Yorker en 1939. Alejada del registro típico del humorista, Stiller trata de decorar su fábula imaginaria tirando de algunos de los escenarios más soberbios y pintorescos de Islandia. Eso sí, señalándolos con una atrevida falta de precisión en el mapa. Promocionado su hasta ahora inexplicable anonimato geográfico. Dándolos a conocer al resto del mundo, para bien o para mal ¿Sensaciones tras salir del cine? Emotivos recuerdos, excelente fotografía, cautivadora banda sonora,…aunque personalmente el film no cumplió con mis expectativas. En mi opinión, la trama me resultó poco consistente, pueril y algo cansina. Cuestión de gustos.

La iglesia negra de Búdir, en la occidental península de Snaefellsness, representa una de las imágenes más icónicas de los fascinantes paisajes que se pueden fotografiar en Islandia.

La cascada de Skogafoss o cascada del bosque es uno de los monumentos naturales más visitados del país. Esta foto fue tomada con las primeras luces de una soleada mañana otoñal en el mes de octubre. Tuvimos la gran suerte de estar solos en el lugar.
Inmersa en las aguas marinas del Atlántico Norte, encontramos una isla de costas sinuosas, resquebrajadas por el embate del hielo milenario. El dominio marítimo consigue penetrar tierra adentro gracias a la existencia de angostos canales, en otro tiempo helados, y que popularmente se conocen por el nombre de fiordos. Los fiordos representan un evidente ejemplo de modelado periglaciar reciente. Se trata de valles abruptos, estrechos y profundos, cuyas paredes acantiladas fueron talladas por el rozamiento de un enorme bloque hielo en su descenso hacia el mar, procedente de los más elevados glaciares continentales.
Imponentes montañas heladas van abriéndose paso en busca del mar. Costas de Fellsströnd en la bahía de Hvammsfjördur.
Los efectos del glaciarismo cuaternario quedan demostrados a través de su peculiar configuración orográfica, lentamente esculpida por el rozamiento de una enorme masa de hielo que venía desplazándose desde lo alto de los casquetes interiores, fluyendo lenta hasta toparse de bruces con el mar. En realidad podemos hablar de una gigantesca red hidrográfica de corrientes congeladas, deslizándose, arrasando parte de las vertientes rocosas de las montañas adyacentes. La fuerza de rozamiento era tal, que en la actualidad pueden observarse los distintos niveles de fricción, escalonados en función de la potencia o espesor del hielo que tendía a compactarse hacia el frente de la lengua glaciar. En la costa suroriental de la isla llegan a verse varios ejemplos de lenguas glaciares, todavía activas. Se prolongan desde los hielos perpetuos supervivientes, refugiados en las cimas de las cordilleras interiores.
Como ocurre en otras latitudes, una buena parte de los fiordos permanece inundada por las aguas marinas. Sus profundidades ofrecen unas excelentes condiciones para la pesca y acuicultura. En muchos de ellos pueden observarse jaulas submarinas que se destinan a la cría de bacalao del atlántico, salmón, halibut y trucha nórdica. Es la razón por la que la mayoría de los asentamientos poblados se encuentran en las inmediaciones de los fiordos. A través de ellos, también se potencia el tráfico de algunas mercancías transoceáicas.
En la cabecera del fiordo de Berufjördur puede apreciarse claramente la estratificación escalonada de sus paredes rocosas, parcialmente arañadas por la antigua masa corriente de hielo. Este tipo de erosión, con morfología en forma de “u”, es propio de los accidentes glaciares del Pleistoceno. Prestando atención, en Islandia podemos observar algunos sus ejemplos más evidentes y grotescos.

Paredes escalonadas por el avance de los sucesivos estratos glaciares.
Vistas parciales desde lo alto del puerto que da acceso al fiordo de Seydisjördur. En su base, con el mismo nombre, encontramos uno de los pueblos más escénicos de Islandia. El insólito emplazamiento, desdibujado entre las brumas del atardecer, nos resultó impresionante.
La coqueta y celeste iglesia del pueblo marinero de Seydisjördur parece haber salido de una película del extravagante director Tim Burton.

Vistas nocturnas con el pueblo iluminado a orillas del fiordo.

La porción noroccidental de la isla posee en contorno muy irregular. Su perfil costero a menudo se halla recortado por profundas ensenadas que dibujan pequeñas penínsulas alternadas con bahías.
Islandia posee los glaciares más extensos del continente europeo. Acantonados en el interior, encontramos todavía los restos fósiles del inmenso bloque polar que cubrió la totalidad de la isla durante la última Edad de Hielo. Actualmente, los exiguos restos glaciares ocupan el 10 por cierto de su superficie terrestre.
Viajando por la costa, desde la lejanía, podemos vislumbrar sus níveas siluetas achatadas, amontonándose sobre los macizos montañosos y que los inexpertos tendemos a confundir, a primera vista, con bancos de nubes bajas. Tras afinar la mirada, el hallazgo resulta emocionante para cualquiera. El Vatnajökull se sitúa en el cuadrante suroriental de la isla. De entre todos ellos, es el más extenso, invadiendo una superficie superior a los 8.000 km2, el equivalente a la provincia de Madrid. También es considerado el glaciar activo más dilatado del continente europeo, siendo escasas las osadas expediciones que logran penetrar en los confines de su corazón helado.

En la parte central también tenemos el Langjökull y el Hofsjökull con 950 y 925 km2 respectivamente. En el sur existe el Myrdalsjökull con 590 km2 mientras que en el alejado noroeste hallamos el Drangajökull, con unos 200 km2 de desarrollo. Un total de cinco, acompañados de varios casquetes periféricos de reducidas dimensiones.

Panorámica del glaciar de Mýrdalsjökull desde la playa de Dyrhólaey. El sufijo islandés jökull hace alusión a glaciar.

Sobre las llanuras de la costa meridional de la isla se erigen los restos de antiguas morrenas glaciares. Las morrenas constituyen grandes acumulaciones de sedimentos, arenas, gravas y rocas que las lenguas de hielo transportaban y depositaban cerca de su desembocadura, en este caso próximas al litoral. Están compuestas por lavas petrificadas, procedentes del arco volcánico interior que se asocia a la zona de contacto entre las placas de Norteamericana y Euroasiática, la denominada dorsal mesoatlántica.

La impactante imagen de la playa de arena negra de Dyrhólaey, nos dejó totalmente boquiabiertos. Se piensa que se creó a partir de una erupción submarina. La explosión propulsó a la superficie las diabasas y tobas oscuras que conforman este peculiar arenal costero.

En uno de los extremos de la playa, junto al cabo de Reynisfjall, sobresalen los pináculos de basalto de Reynisdrangar, elevándose hasta alcanzar los 43 m de altura. La mitología islandesa cuenta que son las estatuas de dos trolls petrificados tras ser descubiertos por el sol.
Los alternantes periodos de fusión de semejante costra de hielo y nieve, condicionan la evolución estacional de la red hidrográfica islandesa. Una profusa trama de ríos secciona vastos territorios a lo largo de la isla, transportando un ingente caudal de agua de deshielo. Agua que se precipita vertiginosamente desde los manantiales situados en el seno de las montañas centrales, alimentados por la hasta ahora sempiterna cubierta nívea. Durante su desenfrenada marcha, la mayoría de las veces deben salvar un fuerte desnivel altimétrico. Entonces, uno de sus tramos tiene la misión se superar la acusada discontinuidad que existe entre el espacio montañoso y la allanada desembocadura, situada, ya, en las inmediaciones de la costa. El estruendoso salto desde tan altos precipicios da lugar a algunas de las cascadas más bellas y espectaculares del planeta, bien conocidas y descritas a través de la fotografía documental.


La cascada de Seljandfoss recoge las aguas de fusión del célebre glaciar Eyjafjallajökull. Se considera uno de los saltos de agua más brillantes del país. Su catarata, puede rodearse por el interior de una gran oquedad, esculpida durante milenios gracias al impacto de la salpicadura generada tras la caída. Nosotros la visitamos al atardecer y ¿cuál fue nuestra sorpresa…? al poder disfrutar de los últimos rayos solares refractados a través de la espuma propulsada desde una vaporosa cortina de agua ¡Sin palabras!

Son cientos las cascadas, cataratas, chorros y saltos de agua que se precipitan desde los altos glaciares helados, conformando unos inspiradores paisajes para la fotografía.

La pequeña ascensión para acercarnos hasta la singular cascada de Hengifoss merece verdaderamente la pena, aunque el tiempo, como ocurrió en nuestro caso, no acompañe demasiado. Para mí, es uno de los monumentos naturales y geológicos que no pueden dejar de visitarse. Se encuentra situada en la parte oriental de la isla, junto al lago Lagarfljót. La subida se acomete por las cimas de un espectacular cañón de paredes oscuras y que se escalona a través de varios saltos o cataratas. En la foto podéis apreciar el último tramo de la travesía, con el sendero lineal trazado por su parte izquierda. Al fondo se divisa el formidable salto de agua, que con sus 128 metros de caída, lo convierte sin objeción en la tercera cascada más alta de Islandia.

El corte del perfil longitudinal generado por la potente erosión del agua, muestra los interesantes niveles o estratos de arcillas rojas que se van intercalando entre las rocas negras basálticas. El color rojizo de estas capas es motivo de la oxidación del mineral de hierro que contienen. Cada nivel oscuro de cenizas depositadas, puede relacionarse con los sucesivos episodios de erupciones volcánicas que ha sufrido la isla a lo largo de su historia geológica.
Otras veces, las aguas torrenciales se descuelgan desde paredes menos verticales. Divagan encajonándose por el interior de abruptas gargantas, cañones y desfiladeros, que pugnan por reconducirlas.
Gradas del río Skógar.

Destacados cañones fluviales conducen el agua dulce por el interior de Islandia, horadando el estrato rocoso volcánico. Divagando pausados, abriéndose paso a través de las múltiples grietas y fallas que profusamente seccionan la corteza terrestre. Río Jokulsá á dal.
Numerosos son también los lagos, lagunas y estanques naturales que se extienden dominando buena parte del territorio islandés. Su origen lo tenemos que buscar a través de los signos que nos muestra la antigua erosión glaciar o bien en el embalsamiento ocasionado por la existencia de masas morrénicas transportadas por el hielo, además de consistentes diques erigidos a partir de lavas petrificadas. También encontramos lagos originales, inundando cráteres de viejos volcanes inactivos o bien colmatando amplias depresiones tectónicas. Bahías y ensenadas. Pequeños deltas y estuarios,… Enriquecen el paisaje de todo un área costera lacustre en mutuo contacto con el mar.

Construcciones nórdicas típicas a orillas del lago Lagarfljót, al este de la isla. Con sus 53 km2 de superficie, se tiene por uno de los lagos más grandes del país. En sus profundas aguas abisales se cree que mora un monstruo acuático legendario. Mientras que los primeros registros de Nessie, para el Lago Ness de Escocia, se remontan a la década de 1870, parece ser que ya se hablaba de la criatura de este lago en las crónicas islandesas a partir de 1345.
En el inhóspito y deshabitado interior, hallamos los principales montes y cordilleras. Sus divisorias se separan por gigantescos valles glaciares, interrumpiendo la monotonía de una vasta meseta central, en la que prevalece un desierto inerte de lava y arenas. Su matriz geológica está constituida por rocas de naturaleza volcánica, donde prepondera el basalto que, entre otras, es capaz de generar unas estructuras columnares y que, en función de su origen, a veces guardan una sugerente forma hexagonal.

Los materiales morrénicos depositados en algunas partes de la isla, conforman auténticas montañas, decoradas por unos jovencísimos relieves pétreos, donde los basaltos y cenizas volcánicas a menudo se encuentran tapizados por un esponjoso manto de hierbas, musgos y líquenes. En otoño e invierno predominan las tonalidades amarillentas, paja o doradas, mientras que en primavera y verano, fugazmente, se colorean de un verde esplendente.

Monumentales valles glaciares separan las grandes cordilleras volcánicas islandesas.
El monte Vestrahorn destaca por su elocuente tridente de pináculos líticos, incluso desde la lejanía, como puede apreciarse a la izquierda de la fotografía.
La hermosa cascada de Litlanesfoss es famosa por las llamativas estructuras columnares que decoran sus fuscos precipicios. Estas geoformas, principalmente hexagonales, se forman tras el enfriamiento lento de las lavas basálticas. También reciben el nombre de disyunciones columnares. Con la bajada de la temperatura, el volumen del magma se va contrayendo, produciéndose entonces estas fracturas o diaclasas, tan características y evidentes cuando los materiales fundidos pasan a solidificarse.
La génesis de la isla es relativamente reciente. Sus tierras emergieron del mar hace unos 16 millones de años, en el período Mioceno, al final de la Era Terciaria, fruto de una intensa actividad geotérmica y tectónica. Las elevaciones solitarias que despuntan sobre el apartado interior suelen corresponderse con antiguos volcanes. El monte Hekla ha sido uno de los más activos en los últimos siglos. Su más reciente episodio eruptivo tuvo lugar en 1980. La apertura de la grieta Laki, situada al suroeste del Vatnajökull, fue el origen de una imponente explosión en 1783 cuyas nefastas consecuencias dañaron la cabaña ganadera del país, provocando una hambruna generalizada en la que murieron miles de personas. El estallido más reciente ha tenido lugar en 2010, causado por un volcán situado 200 m por debajo del glaciar Eyjafjallajokull. Como recordaréis, el fenómeno tuvo efectos inmediatos que repercutieron en la seguridad del tráfico aéreo europeo.

En la península de Snaefellsness se localiza el pequeño glaciar Snaefellsjökull en cuyo interior dormita también un volcán. Este pico de 1446 metros de altura, inspiró nada más que a Julio Verne para escribir los prolegómenos de su famosa novela “Viaje al centro de la tierra”. En Islandia se contabilizan cerca de 200 volcanes de variada tipología: volcanes en escudo, estratovolcanes (como el que nos ocupa), volcanes de cenizas, etc (ver tipos).
Campos de lava, todavía estériles, conforman asolados desiertos en los que apenas se vislumbra un ápice de vida. Se trata de lavas en soga, de morfología ondulada y voluptuosa, enfriadas durante el deslizamiento paulatino de las coladas de magma. Recuerdan a sogas o cuerdas enrolladas.
Ligado al vulcanismo existe un completo elenco de fenómenos hidrotermales que ya explicamos en entradas anteriores (ver entrada). Solfataras, fumarolas y manantiales de agua hirviendo nos ofrecen aquí y allá unas sugestivas impresiones para la vista y, por lo normal, poco usuales de ver.
El paisaje florístico de Islandia está representado por el bioma tundra. La tundra se caracteriza por sus arduas condiciones bioclimáticas, ya que su área distribución es contigua a la de los dominios polares localizados en latitudes más extremas. Su funcionamiento ecosistémico responde al de un desierto helado, cuyo subsuelo se encuentra permanentemente congelado. A dicha inconveniencia cabe añadir unos rangos mínimos de precipitación e insolación anual. Por otro lado, los suelos sobre los que se asienta suelen estar considerablemente empobrecidos, pues la materia orgánica que los sustenta la encontramos escasamente mineralizada por efecto del marcado frío polar. Cuestiones todas que encarecidamente limitan el desarrollo óptimo de la vida vegetal islandesa. Ésta se caracteriza por la ausencia de formaciones arbóreas extensas. Los pocos árboles que sobreviven al despiadado clima de Islandia, lo hacen formando pequeñas agrupaciones aisladas, ocupando valles resguardados donde el espesor del suelo es suficientemente profundo para asegurar un arraigo eficaz y contundente. Antaño, los bosques debieron estar mucho más distribuidos. Parece ser que su extensión fue radicalmente diezmada a raíz de que se produjesen las primeras colonizaciones humanas, allá por el siglo IX d.C. Entonces, las primigenias taigas boreales fueron taladas hasta la extenuación, utilizando su preciada madera para construir edificaciones, navíos o como fuente de combustible.

En las inmediaciones del lago Lagarfljót se despliegan la mayor superficie dedicada a la repoblación forestal. Actualmente el área reforestada supera las 100.000 ha y progresivamente va en aumento. La introducción de coníferas adaptadas a los rigores del clima tales como, el alerce europeo (Larix decidua), el pino silvestre (Pinus sylvestris) o el abeto (Picea abies, P. excelsa) atiende, más bien, a unos criterios productivos, con el fin de potenciar un mercado interno de autoabastecimiento de madera de crecimiento rápido. La vegetación arbórea autóctona o potencial, se compondría a base de abedules, sauces, serbales, fresnos y alisos, todos ellos guardando un porte ostensiblemente reducido a la hora de crecer. A día de hoy, forman bosquetes testimoniales de pequeñas dimensiones.

La camarina negra o Empetrum nigrum se engloba dentro de la familia de los brezos. Se distribuye mayoritariamente por el Hemisferio Norte. Su hábitat preferido esta formado por suelos ricos en arena y gravas de naturaleza ácida. Reside en los países nórdicos de latitudes frías, tomando parte en los matorrales rastreros que componen las tundras árticas septentrionales. Sus bayas, negras y lustrosas, son fuente de saludables vitaminas y minerales.

Dryas octopetala es una pequeña rosácea de distribución ártico-alpina. Vive en las tundras y taigas de altura, asociándose a la flora que habita en las grandes cordilleras montañosas. Es tarde y, por ello, el ejemplar de la foto ha perdido ya sus relucientes pétalos claros. Sí nos muestra sus frutillos, pequeños y anaranjados, provistos de un vilano o penacho algodonoso que utilizan para volar diseminados por el viento. Las posibilidades de fotografiar flores durante el mes de octubre en Islandia son escasas. La floración, a estas latitudes, se reduce a unas pocas semanas, coincidiendo con la llegada de suave tiempo estival.
Estepas y praderas dominan la mayor parte de los espacios naturales islandeses, constituyendo extensas parameras sobre los yermos campos de lava. Cuando la escasa evolución edáfica lo permite, el suelo se ve colonizado por una densa maraña de herbáceas y diminutas matas, mejor adaptadas al viento y las bajas temperaturas del medio. Otras comunidades botánicas representativas pueden ser las landas de matorral bajo, caracterizadas por su porte rastrero y achaparrado. También abundan las formaciones vegetales palustres, vinculadas al entorno de lagunas, turberas y demás zonas anegadas o pantanosas.

En el litoral sur de la isla predominan los denominados Sandur, ocupando miles de hectáreas de superficie yerma. Se trata de extensas llanuras de depósito aluvial, integradas por sedimentos finos de gravas y arenas volcánicas, originados y transportados tras el avance y retroceso de los glaciares cuaternarios. La excesiva permeabilidad, unida a su patente inestabilidad, hace que de estos suelos un terreno inapropiado para el arraigo de muchas plantas. Así, únicamente son poblados por praderas de herbáceas. En la imagen se observan las estepas de la planicie de Eyjafjallasandur, a los pies del glaciar homónimo. Y si afinamos la vista, al fondo, lograremos divisar las cumbres del prominente archipiélago de Vestmannaeyjar.
Islandia atesora una comunidad faunística poco variada en cuanto a grupos de animales se refiere. Los mamíferos son insignificantes. En sus ecosistemas únicamente solo podemos contabilizar al zorro ártico, al visón americano y al reno. Las dos últimas especies son de origen alóctono, importadas por el hombre. Algunos roedores también han sido introducidos, como el ratón doméstico y las ratas negra y parda, todos ellos vinculados al ámbito de los núcleos urbanos. Los fiordos y áreas costeras son muy propicios para el avistamiento de grandes cetáceos y diversas especies de focas. La morsa criaba en sus playas pero se extinguió tras las llegada de los primeros colonos. En los ríos de agua dulce son comunes las truchas, salmones y anguilas. El conjunto de las aves representa el cuadro más diversificado, contando con más de 200 especies, aunque solo 70 se consideran nidificantes habituales. Las hay terrestres y marinas. Muchas de ellas tienen hábitos migratorios y sólo permanecen por estos lares durante el breve periodo de reproducción estival. Dentro de este colectivo, destacan por su abundancia las aves limícolas, frecuentes en las orillas fangosas de las múltiples ciénagas litorales y ribereñas. La población de anátidas o patos es variadísima, habitando ríos, lagos, marismas y estuarios. A ésta cabe unir las espectaculares colonias de cría que se establecen sobre los acantilados costeros, donde las gaviotas, gaviones, fulmares, alcatraces, frailecillos o alcas se cuentan por miles. En Islandia se registra casi la mitad de la población mundial de págalo grande o gran skua (Catharacta skúa), una especie de gaviota caracterizada por su gran tamaño y coloración pardusca pero, sobre todo, por su hábito oportunista de asaltar a otras aves marinas con el fin de hacerse con sus presas cazadas. Reptiles o anfibios no encontraréis en Islandia.
En los parajes cercanos a Skaftafell, dentro del Parque Nacional de Vatnajökull, es posible fotografiar de cerca grandes bandos de lagópodos alpinos (Lagopus motus), conocidos también por el nombre de perdices nivales. Confiados, sin temer al hombre, pululan tranquilamente entre los claros herbosos del abedular. En la imagen podemos contemplar a un ejemplar macho con la carúncula o ceja rojiza. Sorprenden sus refinadas patas emplumadas, adaptadas para desplazarse y pasar menos frío sobre la nieve.
El zorzal alirrojo (Turdus iliacus) frecuenta los bosquecillos de abedules donde se alimenta de su prolífica semilla. Cría en los países nórdicos de Europa, aunque una buena parte de su población se desplaza al sur con el fin de eludir los rigores del frío invernal.
Pato eíder (Somateria mollisima) en fase de muda. Anátida propia de las regiones costeras árticas y subárticas. En Islandia existen “granjas de eíderes” en algunos parajes costeros. La finalidad de estas explotaciones es cosechar parte del plumón que el ave utiliza para revestir su nido, pues su plumaje se encuentra entre los más apreciados a nivel comercial con motivo de sus excelentes propiedades térmicas y aislantes.

Grandes bandos de ansares comunes (Anser anser) pastan sobre las áreas de prados abiertos, entremezclándose con el ganado lanar.
El elegante cisne cantor (Cygnus cygnus) se tiene por una de las aves más mediáticas y modélicas de Islandia. Sus congregaciones invernales, en marismas y lagos costeros, llaman poderosamente la atención del viajero. En esta época del año, muchos de los cisnes que se avistan en el litoral islandés proceden de la vecina Groenlandia.

El reno ha sido introducido en la isla en épocas recientes. No pudimos fotografiarlos de cerca, pero su presencia quedó bien documentada, al menos, a través de la señalización vial.

El islandés es un caballo de pura raza descendiente de los ponis celtas del norte de Europa. Se ha empleado tradicionalmente como animal de tiro durante la práctica de labores agrícolas. El gélido clima del norte a modelado su pequeño tamaño y robustez. Los hay de todos los colores y, a menudo, te los llegas a topar pastando en semilibertad por mitad de las praderas islandesas.
Para no seguir alargándome demasiado, creo que con este popurrí que os he presentado es más que suficiente. Esto ha sido el todo de un estimulante viaje que, como bien defendía en anteriores publicaciones, incita a la reflexión. Si os apasiona la naturaleza salvaje, límpida y austera, Islandia os abrirá sus puertas de par en par. Ojalá podáis corroborarlo y sentirlo desde vuestros adentros. Es una aventura que merece la pena. A pesar de la creciente masificación turística que soportan ahora mismo sus ya clásicas atracciones naturales. El viaje típico se practica alrededor de la isla y tiene un recorrido de unos 1350 km. Aconsejable visitar la occidental península de Snaefellsnes. Nosotros lo realizamos en 5 días pero en realidad se necesitan al menos unos 10. Aunque, creedme, si pensáis en disfrutar de lo lindo, en Islandia siempre os faltará tiempo.
Evocadoras iglesias y granjas aparece y desparecen en mitad de “la nada”.
Museo-recreación casa del vikingo Erik el Rojo.
Necesariamente tengo que buscar días para ir a Islandia. ¡No será por falta de ganas!.
Que bonito lo que nos has presentado en estos dos reportajes con esa mirada tan especial que tienes de la Naturaleza.
Recibe un fuerte abrazo y a ver si nos vemos por esa sierra que llaman La Demanda.
Alberto.
Gracias Alberto.
A ver si tienes suerte y tiempo y organizas una escapada. Conociéndote, seguro que ibas a disfrutar mucho más que yo. Islandia te espera!!
Excelente reportagem….
Cumprimentos
Muchas gracias Fernando.
Bienvenido a Silvestres. Espero que disfrutes con mis publicaciones.
Un cordial saludo.
Juan.