En nuestras latitudes, se acepta y comparte la idea generalizada de que en invierno, el bosque caducifolio, el monte, se halla mucho más apagado en cuanto a coloridos vivos se refiere. Todo duerme paciente a la espera del fragor primaveral. A estas alturas, tan solo el verde esperanza de algunas hierbas, matas y arbustos, logra romper con el pardo monocromo dominante de las capas de hojas marchitas que se agolpan putrescentes sobre la tierra humífera. Ni tan siquiera se vislumbra un contraste lustroso entre la penumbra acallada, a través del desgarrado juego de sombras proyectado por la empalizada de astiles que sustenta a la arboleda desnuda. Lejos quedó el otoño, con sus candentes matices gualdos y rubicundos. El blanco puro de la nieve, en este febrerillo loco, atípico como él solo, parece que tampoco volverá a saciar el ímpetu candoroso que colma fuentes y manantíos ¿Qué nos cabe esperar entonces? ¿Deberemos resignarnos hasta que asome de nuevo la cordial primavera? ¿O quizá, en esta época de merecido descanso vegetal, la Naturaleza ociosa podría volver a ser capaz de emocionarnos gracias a sus refinados dotes plenairistas, pincelando al aire libre la melancólica floresta con toda suerte de motivos luminosos y coloristas? Por supuesto que sí. Continuidad conmigo, paseando bajo los árboles, y podréis corroborarlo con vuestros propios ojos.
Si queremos caminar y conocer el pulmón verde que oxigena al valle del Alto Oja, de visita obligada es la majestuosa masa forestal mixta que recubre las suaves colinas del Monte de Utilidad Pública Uso o Hayedo y Guardias, enclavado en la localidad de Manzanares de Rioja. Para muchos desconocido, sus predios abarcan una modesta superficie de 767 ha de extensión, siendo las especies regentes que gobiernan el dosel arbóreo: el haya (Fagus sylvatica) y el roble melojo (Quercus pyrenaica). Disponiéndose entremezcladas pie a pie, en algunos casos, o bien distribuidas en formaciones monotípicas, agrupadas por rodales o bosquetes específicos y homogéneos.
Paraje de La Nevera de Manzanares, inmerso en un fantástico bosque de robles y hayas. Las diversas y abundantes capas de musgos y líquenes que revisten la corteza del arbolado, evidencian el notorio estado de madurez y complejidad biológica que atesora esta magnífica fronda mixta.
Tras abandonar el pueblo de Manzanares y superar los cultivos del glacis o pie de monte demandés, remontando la pequeña cuenca por la que divaga el liviano Arroyo Seco, rumbo sur, chocamos de pronto con la espesa e intrincada muralla de árboles frondosos, erigiéndose altiva desde el basamento de las serrezuelas de Suso. In situ, en las inmediaciones de una balsa de riego, siguiendo el sendero que conduce a la antigua Nevera de Manzanares, podemos adentramos en un vetusto melojar en el que habita un conjunto de abundantes y formidables robles, que nos muestran, además, tallas y portes considerables. Si lo prospectamos, podemos distinguir un llamativo despliegue de pies que posee una conformación más o menos regular; siendo en su mayoría altos, rectos y uniformes, a diferencia de lo que puede observarse en otros robledales añosos en los que solo han conseguido preservarse hasta la fecha decadentes ejemplares trasmochados, muy corpulentos, eso sí, pero de imperante trazo achaparrado y tortuoso. Cabe decir que, tanto el microclima como las excelentes condiciones edáficas que se dan en este paraje, han podido influir en el adecuando y sostenido crecimiento de este monte arbolado en particular.
En la imagen que os presento, en el contemplado rodal, puede atisbarse como los vigorosos y fornidos árboles crecen relativamente espaciados. Asimismo, el sotobosque acompañante no se encuentra tan enmarañado como en otros rebollares próximos y considerados más jóvenes, salvo por el incipiente regenerado de pequeñas hayas que comienza a poblar su estrato basal. Y es que indagando un poco más, me he podido informar de que una sección de la ordenación forestal bajo la que se gestiona y tutela este monte, se halla encaminada a favorecer el desarrollo de futuros fustes de roble maderables, con el objeto de obtener unas escuadrías óptimas, que aporten unas secciones y longitudes convenientes para la manufactura de duelas o tablazón destinados a la fabricación de barricas ¿Existe una mejor manera de capitalizar parte de estos robledales semiabandonados que otorgarles un uso práctico, renovable y de cercanía, para abastecer y también concienciar a la influyente industria del vino riojano? Imaginaos paladear un buen caldo de la tierra cuyas notas y sabores característicos provengan exclusivamente del tanino que puedan aportar la albura y duramen del exquisito roble demandés. Por lo que tengo entendido, desde 2006, algunos vinos producidos en la adyacente localidad de Cordovín, ya se crían y oxigenan en el seno de cubas elaboradas con la valiosa madera entresacada de estos bosques comunales de quercíneas.
Usufructos a parte, el tronco de estos árboles y, en especial, la capa de corteza muerta que los protege, también guardan un interés biológico y artístico de suma importancia. Para ello deberemos afinar la mirada y prestar más atención. Pues la rugosidad del sustrato cortical, su altura en el árbol, su orientación así como la impronta del ambiente nemoral, húmedo y fresco, que le provee la fronda acompañante, propician que sobre el piso arbóreo de este robledal se instale un fecundo huerto de prolíficos musgos y líquenes, sobresaliendo entre numerosas especies más. Consabidas plantas epífitas, que medran y se desarrollan utilizando a placer otros vegetales como inestimable soporte vital. Y es que un variado y pictórico mosaico de dichos seres, obtienen hábitat y refugio acomodándose entre los intersticios del ritidoma escabroso del roble. Un fastuoso y añejo biotopo repleto de pequeño nichos biológicos que hace las veces de lienzo natural, sobre el que se expresan los visos y sentires de una floreciente comunidad forestal, incluso ahora, a lo largo de este austero y monótono invierno.
Liquen pulverulento Chrysothrix candelaris, formando una costra amarillenta sobre la corteza de un roble melojo, en el Monte Uso y Guardias de Manzanares de Rioja. No aparece sobre las hayas aledañas. Según anota el biólogo Sergio Pérez Ortega, en La Rioja habitan más de 500 especies de líquenes.
Aludiendo al título de la entrada, de entre todos ellos, por su peculiar aspecto y manifiesto cromatismo, destaca la especie Chrysothrix candelaris (L.) J.R. Laudon. Un liquen de apariencia pulverulenta y que tiñe de un reluciente amarillo chillón la cutis leñosa de una serie robles que residen espontáneamente en el seno de estos bosques planifolios. Resultando, al mismo tiempo, muy curioso que colonice ciertos árboles concretos y otros no, aunque se dispongan próximos alrededor. Sí prefiere los que son más viejos, cuya corteza se resquebraja abruptamente. Este organismo también se adhiere a la superficie lisa de algunas rocas ácidas, en áreas umbrosas y frescas, donde afloran cuarcitas y esquistos, si bien no parece que sea una especie demasiado frecuente y citada para el conjunto de la región.
En nomenclatura botánica también aparece identificado bajo el sinónimo de Lepraria candelaria (L.) Fr., señalando, en tal caso, la constitución de su talo o cuerpo lepraroide, por asemejarse a una deposición polvorienta que se extiende difusa sobre la corteza que recubre el tronco del Quercus. El extravagante amarillo citrino proviene de la acción fotosintética de un alga verde que, como en el resto de especies de líquenes, se asocia indefectiblemente con un hongo para poder sobrevivir a las condiciones adversas del exterior, fuera de su medio acuático habitual. En dicha comunión, el alga, o fotobionte, sintetiza y genera hidratos de carbono que el hongo, o micobionte, asimila como sustancias alimenticias, mientras que éste último protege al alga de la deshidratación y de los rayos solares ultra violetas.
Afinando la vista, sobre el talo amarillento de Chrysothrix, pueden identificarse unos grupos de puntitos oscuros. En el argot liquénico a estas estructuras se las denomina soralios, en cuyo interior se generan los soredios o cuerpos reproductores vegetativos que facultan la dispersión del liquen a través de pequeños propágulos.
Chrysothrix o Lepraria, se considera un deuterolíquen, pues su hongo o micobionte, está clasificado dentro de la clase de los deuteromicetes, a los que también se les denomina hongos imperfectos. Se les llama así, porque en ellos la fase de reproducción sexual se ha perdido o no se conoce con relativa exactitud. Entre sus especies fúngicas encontramos géneros tan importantes y conocidos como Penicillium y Aspergillus (más sobre deuteromicetos…).
A simple vista, parece como si estos robles habrían sido víctimas de un trasgresivo acto vandálico. Garabateados artificialmente con un spray o aerosol, sin plantearnos siquiera que se trata de una efectiva obra de arte al natural ¿Es posible que se encontrasen enfermos atacados por algún hongo parásito de la madera? ¡Pigmentación orgánica en toda regla! Maquillando con sutileza y primor las fachadas grises y leñosas que cimentan esta esplendorosa urbe forestal. El Land Art más intimista y sugestivo bajo la intervención plástica de un ser vivo que se halla a medio camino entre un hongo y una planta ¡Qué admirable alegoría impresionista y vegetal! ¡Todo en los líquenes es ornamentación y maestría de vida!
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
SERGIO PÉREZ ORTEGA. LÍQUENES:LA BELLEZA DE LO PEQUEÑO. PÁGINAS DE INFORMACIÓN AMBIENTAL, Gobierno de La Rioja.
TOMÁS EMILIO DÍAZ GONZÁLEZ, JOSE ANTONIO FERNÁNDEZ PRIETO, MARÍA DEL CARMEN FERNÁNDEZ-CARVAJAL ÁVAREZ. CURSO DE BOTÁNICA. Ed. TREA, S.L.
CUADERNO DE CAMPO DE EL TREPARRISCOS.
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